
«Una cree que lo que le da todo su brillo al mundo es el amor; pero también el mundo viste al amor con todas sus riquezas. El amor estaba muerto y la tierra estaba todavía ahí, intacta, con sus cantos secretos, sus olores, su ternura. Yo me sentía conmovida como el convaleciente que descubre que durante su fiebre el sol no se ha apagado».
Los mandarines
Simone de Beauvoir
Anne Dubreuihl es una psicoanalista casada con un escritor referente intelectual de la izquierda en el París de la posguerra. Anne y su marido tienen una relación abierta ajena a los celos y afanes posesivos. Robert Dubreuihl y su amigo Henri Perron, también escritor, dueño de un periódico y figura de la Resistencia, dedican sus esfuerzos a la política para intentar influir en el momento histórico que están viviendo. Anne, mientras, viaja a Estados Unidos y vive una intensa historia de amor con Lewis Brogan, un escritor de Chicago que se mueve como pez en el agua por los ambientes marginales y que es bastante crítico con el intelectualismo de los escritores europeos.
Esta novela comienza en la Navidad de 1944, cuando la Segunda Guerra Mundial está a punto de terminar. Simone de Beauvoir retrata con maestría este momento clave de la historia de Francia: los ajustes de cuentas con los colaboracionistas; el intento por conservar la independencia en la lucha por una revolución que traiga justicia a un mundo que rusos y estadounidenses ya se están repartiendo; la paulatina transformación de los ideales que alimentaban el combate en las trincheras por una pragmática aceptación de una realidad que se ha vuelto ambigua y en la que amigos y enemigos se confunden. Somos testigos privilegiados de este presente lleno de incertidumbre para sus protagonistas, un presente en el que, tras el horror de la guerra, todas las posibilidades parecen abiertas por un instante, lo que no es sino un amargo espejismo como bien pronto descubrirán. En mitad de todo ello, la voz de Anne se alza en primera persona para hacernos partícipes de su intensa historia de amor con el escritor norteamericano que la obligará a replantearse, con una lucidez y autenticidad máximas, quién es ella realmente.
Los «mandarines» a los que se refiere el título de la novela son la élite intelectual francesa de la época. Es fácil reconocer en sus protagonistas a Sartre y Camus junto a la propia autora. En la parte menos conseguida del libro está el desarrollo de la relación entre Robert Dubreuihl (Sartre) y Henri Perron (Camus), que en la realidad ya habían roto su amistad cuando Beauvoir escribe la novela. La autora poco menos que santifica al primero mientras que empequeñece al segundo. La tensión dramática de la historia se resiente en su intento por querer arreglar en la ficción este desencuentro real. Sin embargo, esto resulta secundario frente a los logros de esta narración, que alcanza unas cimas de belleza difícilmente igualable en la parte de Anne y su amor con Lewis Brogan. Este es la encarnación literaria de Nelson Algren. Simone de Beauvoir le dedicó este libro, en el que deja testimonio eterno de la felicidad y angustia de nuestro fugaz paso por la vida.
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Tengo esta novela, pero la leí hace ya tanto que he perdido parte del mensaje que transmites en tu reseña. Así que voy a animarme a releerla. Gracias, Juan. Muy interesante leerte siempre.
Interesante, esperanzador y verdad lo que ella dice también: «Una cree que lo que le da todo su brillo al mundo es el amor; pero también el mundo viste al amor con todas sus riquezas»
Saludos
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Qué interesantes son las relecturas, dialogas a la vez con la obra, que sigue igual, y con tu yo lector, que ha cambiado.
Gracias a ti por comentar, Úrsula.
Saludos 🙂
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¡Cierto!
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