
Perfil asesino, de John Connolly. Ilustración de Marta Gómez-Pintado
Grace Peltier, antigua conocida del detective Charlie Parker, el protagonista de esta novela, tercera de una larga serie que ya cuenta con dieciséis títulos, ha aparecido muerta en su coche. La versión oficial es que se trata de un suicidio, pero su padre tiene motivos para creer que ha sido asesinada. Grace estaba investigando a una secta, la Hermandad, a la que creía vinculada con la extraña desaparición en 1964 de los Baptistas de Aroostoock, un pequeño grupo religioso de cuyos miembros nadie ha vuelto a tener noticias. Hasta que un movimiento de tierras accidental desentierra sus cadáveres en el bosque.
“Y ahora, en una porción de tierra húmeda y lodosa junto a un frío lago del norte de Maine, la obra de los ángeles de las tinieblas se revelaba lentamente.”
En el Prólogo del libro, el autor avisa ya de que “este mundo es una colmena” en cuyas profundidades “habitan criaturas que conocen sólo el hambre, entes que existen única y exclusivamente para cazar y matar.” Y cuando estas “criaturas extrañas, parásitos, almas extraviadas” salen a la superficie, hay que apartarse de su camino: “Viven en el dolor y su único cometido es infligir ese dolor a los demás.”
Charlie Parker, por supuesto, hará todo lo posible por interponerse en el camino de estos “ángeles de las tinieblas”, consciente del alto precio que puede acabar pagando por ello, y que, de hecho, ya está pagando, atormentado por los fantasmas de sus seres queridos que le han sido brutalmente arrebatados:
“Todos llevamos dentro recursos oscuros, un depósito de dolor y rabia al que recurrir cuando surge la necesidad. […] El peligro de zambullirse en ese estanque, de beber esas aguas oscuras, es que un día uno puede sumergirse tanto que ya no sea capaz de aflorar de nuevo a la superficie. Si uno se abandona a él, está perdido para siempre.”
Como se puede ver, en esta novela el mal es una amenaza externa, de una naturaleza diferente a la humana, más elevada y más baja a la vez (“San Agustín creía que la maldad natural podía atribuirse a la actividad de seres libres y racionales pero no humanos. Nietzsche consideraba el mal una fuente de poder independiente de lo humano”) y es también una amenaza interna que nace del dolor y la rabia. Las motivaciones que se irán descubriendo a lo largo de una trama bien urdida y resuelta (un iluminado fundamentalista dirige una organización criminal vinculada a la extrema derecha que pretende limpiar de “pecadores” el mundo), serán apenas el barniz con el que se manifiesta en nuestro mundo la presencia de un mal absoluto que nos trasciende.
Este enfoque metafísico rompe con el esquema tradicional de la novela negra, y de hecho está a su servicio todo el esmero realista con el que John Connolly describe pormenorizadamente tanto las cuestiones forenses como los elementos históricos sobre los que construye su trama y las nociones de aracnología con las que, ciertamente, logra poner los pelos de punta.
John Connolly, irlandés, reconoce la influencia de su entorno católico en su obra, que además de sobre la naturaleza del bien y del mal, gira sobre cuestiones como la redención y la necesidad del sacrificio para conseguirla. Los fantasmas seguirán acosando a Charlie Parker hasta que, según las previsiones de Connolly, lo que empezó en el género negro finalice en el fantástico. Su personaje, desde luego, está más cerca de los héroes atormentados que uno se puede encontrar en los cómics de la Marvel, que de un Phillip Marlowe o un Sam Spade.
Al Z, uno de los personajes de esta novela, define así a Charlie Parker:
“Le respeto. Puede que incluso me inspire cierta simpatía. Pero le veo y tengo una sensación de catástrofe inminente, como si estuviese a punto de hundirse el techo.”
John Connolly domina el oficio con brillantez. La lectura de “Perfil asesino” resulta tan escalofriante a veces como amena otras:
“En Commonwealth la gente hacía jogging, paseaba al perro o estaba sentada en los bancos respirando la contaminación del tráfico. Cerca, las palomas y los gorriones comían antes de presentar sus respetos a la estatua del historiador y marino Samuel Elliot Morison, que permanecía en su pedestal con la expresión vagamente preocupada de un hombre que ha olvidado dónde aparcó el coche.”
[…]
“Sin ser la clase de establecimiento que frecuentaría Donald Trump, el Larchmont era limpio y asequible y, a diferencia de la mayoría de los hoteles económicos de Nueva York, las habitaciones no eran tan pequeñas como para verse obligado a salir afuera hasta para pensar.”
Año de publicación: 2001
Editorial: Tusquets Editores S.A. (2005)
Traductor: Carlos Milla Soler
Un placer leer lo que escribes y si bien no lo leí ya tengo el disquete que «No hay irlandeses que no escriban bien» y que dan brillo a la literatura en lengua inglesa.
Me gustaLe gusta a 1 persona
No sé si lo llevan en la sangre o si es cosa de la cerveza negra, pero es verdad lo que dices 😉 ¡Saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Parece una novela muy interesante. La pongo en mi lista de pendientes. Gracias por la información.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Si te animas, espero que no tengas pesadillas con las arañas 😉 ¡Saludos!
Me gustaMe gusta
Pingback: “Ojos de agua” (2006), de Domingo Villar: Vigo en las venas | Sorpresa y suspense
Pingback: «Los huesos del invierno» (2006), de Daniel Woodrell | Sorpresa y suspense
Pingback: «Rey de picas» (2015), de Joyce Carol Oates | Sorpresa y suspense