Sobre escritura y revisión crítica
Tachar una frase con un lápiz de color se hace en un momento y proporciona la adecuada actitud desdeñosa ante la propia prosa, que no debe considerarse sagrada.
Patricia Highsmith
Suspense: Cómo se escribe una novela de intriga
Como ya he explicado aquí nuestro apego emocional a lo que escribimos, sumado a nuestra acentuada tendencia a justificar cuanto hacemos, puede volver una tarea casi ciclópea cambiar una simple coma del propio texto. Si además, ese cambio es sugerido por otro, esta sugerencia puede llegar a tomarse como una verdadera afrenta. Amigos de toda la vida han dejado de dirigirse la palabra después de una crítica mal digerida (uno de los lectores más voraces que conozco dice que, por seguridad personal, casi nunca le comenta a un autor lo que piensa de su obra).
El primer crítico de la propia obra es uno mismo. La crítica exige una distancia para poder juzgar y cribar el texto, separando el grano de la paja. Tachar con un color como recomienda Patricia Highsmith es la primera manera de hacer distancia. Hay quienes prefieren no ampliar esa distancia con una segunda opinión. Es complicado encontrar lectores que sumen a su competencia el grado de confianza necesario para expresarnos libremente su opinión cuando se la pedimos, pero esta búsqueda siempre merece la pena. Toda sugerencia que pueda mejorar nuestro escrito debe ser tenida en cuenta. Por más fruto de la inspiración que pueda ser. O con mayor motivo por eso mismo.
Un ejemplo perfecto para ilustrar esta cuestión es la gestación de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.
Según nos cuenta su biógrafo Graham Balfour (La vida de Robert Louis Stevenson, Volumen II), Stevenson tuvo un sueño en el que se le aparecieron dos o tres escenas de la obra, y, principalmente, el momento de la transformación de Jekyll en Hyde. Su mujer, al oír sus gritos, porque este sueño fue realmente una pesadilla, le despertó, lo que provocó su enfado por haber interrumpido su disfrute de aquel “estupendo cuento de espectros”. Stevenson, muy delicado de salud, quiere trasladar inmediatamente esta aparición fantasmagórica al papel, y, entregado a una actividad febril, completa su escrito en tres días. ¿Se detiene ahí? ¿Siente que su genio infalible ha creado una obra inmortal que debe preservarse en su original integridad sin tocar una coma? Ni mucho menos. Fanny Van De Grift, su mujer, habitualmente su primera lectora y crítica, le señala en el margen del texto una objeción seria: su historia es una alegoría y él no la ha tratado así (en este primer borrador Hyde es sólo un disfraz de un Jekyll mefistofélico, no su desdoblamiento moral bajo la misma piel). Stevenson comprende que ha enfocado la historia desde un punto de vista equivocado. Su mujer tiene razón. ¿Se hunde por ello? Todo lo contrario. Renovado su entusiasmo con la misma energía rejuvenecedora que transforma al caballeroso doctor Jekyll en el simiesco Mr. Hyde, Stevenson, desatado, llega al extremo de quemar el borrador, para que no le influya en la nueva versión, y vuelve a escribir el relato de principio a fin. Son tres días de un frenesí creativo que le deja exhausto, como a Jekyll después de la visita de Hyde, pero triunfante. Su escrito ya sólo necesitará unos retoques menores hasta ajustar la versión definitiva en las siguientes semanas.
Stevenson escribe en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde:
El hombre no es realmente uno, sino dos.
Parafraseándole, podemos afirmar que:
El escritor no es realmente uno, sino dos: el que escribe y el que corrige.

Ilustración de Marta Gómez-Pintado para la edición de Nórdica Libros de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.
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