Cinco claves en la construcción del protagonista: David Corbett y «El arte de crear personajes»

Hace poco me he encontrado con la misma frase en boca del protagonista de una novela y de una película. La dicen al final de la historia:

«Ahora me doy cuenta de que todo lo que ha ocurrido hasta llegar aquí conducía inevitablemente a este preciso lugar en este justo momento».

Choca tal afirmación porque si por algo destacan ambas ficciones es por tener un desarrollo arbitrario de la trama. La insuficiente motivación de sus protagonistas para justificar sus acciones les hace parecer en todo momento títeres en manos de sus autores. Esta frase final es la confirmación. Los autores disfrazan con una pretendida trascendencia lo que no ha obedecido más que a su capricho. Entiéndase este como falta de dominio del oficio narrativo. Por eso ponen en boca de sus protagonistas lo que debiera ser evidente por sí mismo, si hubiese sido el caso.

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Las diez reglas de Ronald A. Knox y la Edad de Oro de la Novela de Detectives

Ronald A. Knox, un erudito cura católico, formaba parte del Detection Club, fundado en 1928 por Anthony Berkeley. Gilbert K. Chesterton sería el primer presidente del Detection Club, que contaría entre sus miembros con Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y varias de las mejores plumas detectivescas de la época. El juramento del club deja claro el espíritu de juego sujeto a unas reglas que animaba a estos creadores de misterios, cuyas novelas solían presentar la estructura de un whudunit («¿Quién lo ha hecho?»):

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Ernst Lubitsch, la censura y los críticos: «Ser o no ser» (1942)

Lubitsch y la censura

El mago Lubitsch. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

El señor Lubitsch es un Nerón jugando con su lira mientras Roma arde.
Bosley Crowther, crítico del New York Times

Una risa no es algo a despreciar.
Greenberg, en Ser o no ser.
Ernst Lubitsch, director y guionista junto con Edwin Justus Mayer

La sátira es algo muy serio, aunque no tanto como los censores y los críticos que velan por las buenas formas en el arte, atañan estas a la moralidad o a la estética. De hecho, cuanto más inmoral y grotesco sea el sistema que defienden, más importante se hace su presencia.

El Código Hays imperaba en Hollywood desde 1934, un código de autocensura que los magnates de la industria cinematográfica de Hollywood habían abrazado con fervor para garantizar la buena marcha de su negocio. Sigue leyendo

«La multitud» (1947): Ray Bradbury y el Día del Juicio Final

NOTA: El análisis que sigue sobre La multitud puede arruinar la lectura de este cuento a quien no lo conozca todavía por la información que aquí se ofrece del mismo. Avisados quedáis 😉

Sobre obsesión, creatividad, método y mito

La multitud. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

La multitud. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

La máquina de escribir debe ser como el tablero de una güija; y tus manos se mueven sobre él y revelan cosas sobre ti mismo que no conoces.

Ray Bradbury entrevistado por James Day.
Day at night (CUNY TV, 1974)

Qué rápido se reúne una multitud, como un iris que se cierra de pronto en el ojo, pensó Spallner.

La multitud (1947)
Ray Bradbury

Ray Bradbury lo pasaba mal dentro de un coche. A la pregunta de por qué no conducía, durante su entrevista con James Day para el programa Day at night, contestó así: Sigue leyendo

Trama y personaje: su diferente relación según la época

Trama y personaje. Ilustración de Marta Gómez-Pintado
La visión del autor. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

¿Importa más la trama o el personaje? Robert Mckee, en El guión, expone brevemente el desarrollo histórico de esta cuestión. Si para Aristóteles era la trama la que prevalecía sobre el personaje, para los novelistas modernos es el personaje quien manda. Sostiene Robert Mckee que este debate es irresoluble, ya que “el planteamiento es engañoso”. Según él, “la estructura es el personaje y el personaje es la estructura”. Esta visión, que quizás compartan muchos guionistas y escritores actuales, es tan acertada o discutible como las anteriores. El trasfondo histórico explica esta percepción diferente sobre la trama y el personaje.

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El alquimista paciente: Stevenson y su Jekyll y Hyde

Sobre escritura y revisión crítica

Tachar una frase con un lápiz de color se hace en un momento y proporciona la adecuada actitud desdeñosa ante la propia prosa, que no debe considerarse sagrada.

Patricia Highsmith

Suspense: Cómo se escribe una novela de intriga

Como ya he explicado aquí nuestro apego emocional a lo que escribimos, sumado a nuestra acentuada tendencia a justificar cuanto hacemos, puede volver una tarea casi ciclópea cambiar una simple coma del propio texto. Si además, ese cambio es sugerido por otro, esta sugerencia puede llegar a tomarse como una verdadera afrenta. Amigos de toda la vida han dejado de dirigirse la palabra después de una crítica mal digerida (uno de los lectores más voraces que conozco dice que, por seguridad personal, casi nunca le comenta a un autor lo que piensa de su obra). Sigue leyendo

Tópicos: usos atípicos

Tópicos: usos atípicos

Tópicos atípicos

Tópicos atípicos. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

«A veces es mejor partir del tópico que llegar a él.»

Alfred Hitchcock

Los tópicos están presentes en todas las historias, tanto en las que nos emocionan como en las que nos hacen bostezar. De una historia que nos gusta nunca diremos que nos han encantado sus tópicos. Sí diremos de una que nos aburre que es un “topicazo”. Es natural porque los tópicos pueden contribuir decisivamente a ese aburrimiento.

En su relación con el conjunto, los tópicos enmarcan la historia dentro de un género narrativo que conlleva sus propias expectativas. Sigue leyendo

Sorpresa y suspense

Hitchcock a punto de encenderse un puro. Ilustración de Marta Gómez-Pintado
Hitchcock a punto de encenderse un puro. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

Si te gusta cómo empieza una historia, lo primero que querrás saber es cómo acaba. Lo imprevisto y la incertidumbre son lo que mantiene la emoción. Sin sorpresa ni suspense las expectativas que genera la historia se cumplirán de la manera más previsible, que es también la más aburrida.

  • Sorpresa: pasas un reconocimiento médico rutinario y descubren que tienes un tumor. Tu vida da un giro inesperado.
  • Suspense: realizas nuevas pruebas para determinar si el tumor es benigno o maligno. Permaneces en vilo hasta que tengas el resultado. Cada detalle se carga ahora de sentido, como esa verruga que tienes en el cuello. ¿Desde cuándo está ahí? Buscas una clave que te permita anticipar lo que va a suceder. ¿Y qué haces ahora? ¿Investigas sobre el tema? ¿Hablas con los tuyos o esperas para no preocuparles? Hagas lo que hagas, todo queda supeditado al momento en el que te comuniquen el resultado de las pruebas.

Si la sorpresa está conectada con el sentido de la historia, revelará una dirección hasta entonces oculta de la narración. Actúa como punto de giro. Empuja la acción hacia delante.

Si el suspense está conectado con el sentido de la historia, la expectativa que genera afectará decisivamente a la suerte de los personajes, incluso aun cuando estos no fuesen conscientes de ello. El suspense facilita que nuestras emociones se conecten con el relato. Cuanto más haya en juego, más emocionante nos resultará lo que suceda hasta que se resuelva el conflicto. El suspense retarda la acción.

Por el contrario, si la sorpresa es mera anécdota, su carácter arbitrario, no necesario, lastrará el ritmo del conjunto y solo la brillantez del efecto que consiga puede justificarla, aunque este efecto será efímero. A su vez, si el suspense afecta a una cuestión menor, que en nada altera el curso de la narración, su carácter superficial recargará la historia de barroquismos efectistas que tenderán a distanciar al público, y en la distancia la emoción se pierde.

La sorpresa y el suspense son dos técnicas narrativas que imitan la manera en la que nos afecta lo imprevisto y la incertidumbre en nuestras vidas.

Lo imprevisto y la incertidumbre ponen en cuestión el sentido que damos, a través de nuestras expectativas, a nuestras acciones.

Sin lo imprevisto ni la incertidumbre todos nuestros empeños culminarían con éxito en una cadena lógica de causa-efecto, lo que nos convertiría en autores de nuestra propia vivencia, a semejanza de los dioses. Nos bastaría con desear algo para conseguirlo. Pero somos simples actores que sólo encontramos el sentido a nuestras acciones al concluirlas y situarnos con relación a ellas como espectadores. Por ejemplo: compras una casa pensando que va a ser la base sobre la que se construya tu futura felicidad y acaba siendo tu ruina porque al final no puedes pagar la hipoteca y te desahucian.

Lo único que sabemos seguro sobre el resultado de nuestras acciones es que, en un punto que desconocemos, la muerte interrumpirá su curso. En ese punto ya no cuentan intenciones y posibilidades. La lectura de sentido se hace sobre un trayecto cerrado que interpretamos como un destino cumplido.

El sentido final de una historia se alcanza allá donde todo imprevisto e incertidumbre se agota.

En cierta manera, toda historia es un relato de suspense que arranca con una sorpresa que cambia las expectativas de su protagonista (rompe su equilibrio, ya sea interna o externamente) y le obliga a actuar para volver a encontrar la armonía perdida, lo que le conducirá a nuevas sorpresas y revelaciones que alterarán el sentido de su vivencia hasta anclar su significado en el punto final, ese punto más allá del cual ya no puede haber sorpresa ni suspense.

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