Basado en hechos reales II

 

Retrato de Hannah Arendt. Ilustración de Marta Gómez-Pintado
Hannah Arendt. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

«Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír. Ha preparado su historia para el público con la preocupación de hacerla creíble, mientras que la realidad tiene el hábito desconcertante de confrontarnos con lo inesperado, para lo que no estábamos preparados».

Crisis de la República
Hannah Arendt

Nuestro espíritu crítico se activa cuando tenemos que tomar una decisión, elegir entre bienes incompatibles o el menor de los males. Si nos engañan o interpretamos equivocadamente la información que tenemos, tomaremos una mala decisión que, desde ese momento, justificaremos. La fe que ponemos en nuestras decisiones nace de esa misma capacidad que tenemos para la «suspensión voluntaria de la incredulidad» ante la ficción de la que hablaba Coleridge. Por lo mismo, la ficción puede activar nuestro espíritu crítico e introducir una saludable duda sobre la verdad de nuestra situación.

Imaginemos una relación de pareja. Hay cuernos. Quien engaña se delata en múltiples detalles. Cuida más su aspecto, se contradice sobre dónde se supone que ha estado tal día, etc. La otra parte se ha dado cuenta de esos pequeños detalles que no encajan en el relato que se hace de su relación, pero su credulidad la ciega. Entonces alguien le cuenta una historia de infidelidades, o la lee o la ve en una película, y de pronto salta la alarma. La verdad de lo que le cuentan proyecta su luz inesperadamente sobre lo que no ha querido ver hasta este instante.

Una verdad dentro de una ficción puede ayudarnos incluso a leer un peligro real que nos amenaza bajo una apariencia fiable. La siguiente anécdota protagonizada por Hannah Arendt ilustra bien la cuestión (Hannah Arendt: Por amor al mundo, Elizabeth Young-Bruehl):

Hannah Arendt se encontraba en el sur de Francia con su marido en octubre de 1940. Habían huido del campo de internamiento de Gurs. Las autoridades francesas del régimen de Vichy exigieron que todos los judíos se registraran en la prefectura de policía más cercana a sus domicilios. Hannah Arendt desobedeció esa orden y se convirtió en residente ilegal mientras aceleraba los trámites para la huida del país. Según contaría años después, sus lecturas de las novelas policíacas de Georges Simenon la habían convencido de que no debía fiarse de la policía francesa. Quienes confiaron en las autoridades del régimen de Vichy fueron entregados a los nazis para que los asesinasen en los campos de exterminio.

Hannah Arendt tuvo siempre buenas palabras para la obra de Georges Simenon. Sin embargo, si se hubiese tropezado con él en 1940 habría descubierto que ciertos escritores belgas eran tan poco de fiar como la policía francesa, dentro de ese «hábito desconcertante de confrontarnos con lo inesperado» que tiene la realidad como ella misma señaló.

Simenon, al frente del Alto Comisariado de Refugiados Belgas de la ciudad de La Rochelle, negó su ayuda a 1200 judíos de Amberes en mayo de 1940. Eran «apátridas israelitas» para él, no belgas (Simenon, una biografía, de Pierre Assouline). Esta clase de actitud le permitió ganarse el favor de los nazis durante la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Pero esta realidad incómoda pronto sería enterrada en el olvido. La embajada belga le conseguiría a Simenon, como a tantos otros colaboracionistas, un visado para Estados Unidos. Unos años después, Simenon regresaría a Europa con toda suerte de honores. Su personaje público sería una ficción a la altura de lo que esperaba su audiencia.

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8 comentarios en “Basado en hechos reales II

  1. Interesante entrada. Estoy de acuerdo con lo que escribes sobre la suspensión de la credulidad. Todos la practicamos cuando no estamos preparados para enfrentarnos con la realidad o no queremos haccerlo por cobardía. Es lo que expresa la sabiduría popular con el refrán: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».

    Un saludo.

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