
The square. Cartel de la película.
Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.
Groucho Marx
La delicadeza, como dicen los filósofos, es una cáscara de plátano a los pies de la verdad.
Una mujer para dos (1933)
Ernst Lubitsch, director; Ben Hecht, guionista.
Christian es el director de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo. Está ilusionado con su última adquisición: The square, una instalación que consiste en un cuadrado trazado sobre el suelo que pretende ser un espacio consagrado a la solidaridad y la confianza (esta instalación la llevó a cabo hace unos años el propio Ruben Östlund). La reacción de Christian cuando le roban su cartera y el móvil y los acontecimientos que siguen contrastarán y enriquecerán su visión sobre el tema de una manera tan inesperada como duramente crítica.
Hombre apuesto y profesional de éxito, la vida sonríe a Christian y él le sonríe a la vida. De hecho, cuando necesitan una foto de él serio no la encuentran. La sonrisa de Christian es un gesto ensayado ante el espejo, como el resto de su personaje público. Hacerse adulto es un oficio complicado, que conlleva el dominio de las apariencias. Esas mismas apariencias son puestas en jaque una y otra vez en esta historia. Tanto Christian como la gente que le rodea, una élite culta y pudiente, se pasan el tiempo, entre canapé y copa, alabando el traje nuevo del emperador: con ejercicios de prestidigitación retórica venden como arte un producto de cuestionable valor artístico y pagado a precio de oro que, de una manera nada retórica, ha sido tratado como simple basura más de una vez por el desprevenido personal de limpieza de las salas donde se expone, trabajadores que tienen la misma mirada sin prejuicios del niño en el cuento de Andersen. Los protagonistas de esta película hace tiempo que dejaron de ser niños. Les fascina lo espontáneo, lo provocador, el atrevimiento, siempre que todo esté bajo control. Por eso lo pasan condenadamente mal cuando la situación se descontrola y requiere de una respuesta espontánea. Se refugian en una ridícula etiqueta porque temen hacer el ridículo por encima de todo. La animalidad que quieren esconder bajo sus sofisticadas maneras, desnaturalizada, se manifiesta una y otra vez en sus conductas de una manera grotesca. Visto desde fuera, el espectáculo da risa, cuando no da pavor.
Ruben Östlund firma una divertida y brillante película, una crítica feroz sobre lo políticamente correcto. Estructurada en varios episodios que en su mayoría funcionan independientes, la historia progresa acorde a los pasos de Christian, su principal protagonista. Destaca la maestría con la que está filmada, en largos planos que permiten desarrollar las situaciones con una particular intensidad en la que la inspiración de los actores es respaldada por el brillante montaje interno de las secuencias. Episodios como el de la charla entre la experta en arte y el artista interrumpidos por los continuos exabruptos de un espectador con síndrome de Tourette, la performance del hombre-chimpancé durante una cena de gala, la visita de Christian al lugar donde tiene localizado su móvil robado o su noche de amor con la periodista estadounidense remiten, entre otros, al Buñuel de El discreto encanto de la burguesía o a los Relatos salvajes de Damián Szifron y colocan a The square por derecho propio entre las joyas del cine más irreverente.
Esta película ha ganado la Palma de Oro en el festival de Cannes este año.
Habrá que verla. En una época como la que vivimos, llena de emperadores desnudos, necesitamos muchas películas como The Square».
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Sí. Y hacer la crítica, como Ruben Östlund, con la capacidad de reírse de uno mismo me parece de lo más saludable.
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