«Era medianoche en Bhopal» (2001), de Dominique Lapierre y Javier Moro

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«—Los numerosos sistemas de seguridad de este tipo de instalación permiten controlar todas las reacciones potencialmente peligrosas del MIC —aseguró el jefe del proyecto—. No tiene nada que temer, señor Muñoz. Su factoría de Bhopal será tan inofensiva como una fábrica de chocolatinas».

Era medianoche en Bhopal
Dominique Lapierre y Javier Moro

Era medianoche en Bhopal, de Dominique Lapierre y Javier Moro, es el fruto de una larga investigación sobre la mayor catástrofe provocada por un accidente industrial. Sus secuelas siguen afectando hoy a decenas de miles de personas. Murieron más de 25 000 personas y más de 500 000 resultaron afectadas por la inhalación del gas tóxico que cubrió como una mortaja el cielo de Bhopal a las 00:05 horas del 3 de diciembre de 1984.

Union Carbide es un gigante de la industria petroquímica. Sus investigadores habían desarrollado el Sevin, un insecticida que podía ayudar a los campesinos de todo el mundo para combatir las plagas que asolaban sus campos. Los directivos de la empresa decidieron instalar una fábrica en la India para poder abastecer su inmenso mercado local. Bhopal, la capital del estado de Madhya Pradesh, fue el lugar elegido. La empresa tenía ya una gran presencia en la India. Sus pilas y linternas alumbraban hasta el último rincón de la aldea más remota del país. El proyecto fue recibido en Bhopal como maná caído del cielo. Sus habitantes ignoraban el peligro que entrañaba el funcionamiento de esta nueva fábrica.

Para reducir los costes de producción, los técnicos de Union Carbide utilizaban un compuesto químico muy peligroso: el isocianato de metilo (MIC). Como explican Dominique Lapierre y Javier Moro en Era medianoche en Bhopal:

«Los toxicólogos de Carbide lo habían experimentado en ratas de laboratorio. Los resultados se revelaron tan terroríficos que la empresa prohibió su publicación. Otros experimentos permitieron comprobar la muerte casi inmediata de animales expuestos a los vapores del MIC; estos destruían de manera fulgurante el aparato respiratorio, causaban cegueras irreversibles y quemaban la piel».

La fabricación del Sevin, por tanto, requería de los máximos estándares de seguridad. Ya era un enorme reto conseguir que la fábrica de Bhopal fuese tan segura como la que funcionaba en el Kanahwa Valley en West Virginia, EE. UU. Ni siquiera esa fábrica era tan segura como presumían sus responsables, ya había datos sobre el elevado porcentaje de muertes por cáncer en esa zona. Situar la fábrica a las puertas de Bhopal parecía, directamente, una mala idea. Pero fue algo peor:

«Según el plan de ordenación municipal, ninguna industria que emitiese desechos tóxicos podía establecerse en lugares donde hubiera riesgo de que los vientos dominantes empujaran los efluvios hacia zonas densamente pobladas. Sin embargo, este era el caso de la Explanada Negra: los vientos solían soplar del norte hacia el sur, es decir, hacia los bastís; después, hacia la estación, y, por último, hacia los barrios superpoblados de la ciudad vieja. Lógicamente, la solicitud debería haber sido rechazada. Pero los enviados de Union Carbide se habían abstenido de indicar en su informe que los pesticidas de su futura fábrica serían fabricados a partir de los gases más tóxicos de toda la industria química».

Los responsables de la fábrica tampoco explicaron que, para ahorrar costes, habían decidido prescindir de parte de los sistemas de seguridad previstos en un principio. Ya entonces estaban viendo que la venta de Sevin en la India no iba a ser tan alta como presumían, por la aparición de otros productos similares y más baratos en el mercado.

Los habitantes de Bhopal, ignorantes de estas cuestiones, llamaban «la bonita fábrica» al monstruo que tenían ahora a la puerta de sus hogares. Alrededor de la fábrica los bastís o barrios de chabolas se extendían a lo largo de la Explanada Negra. Trabajar en la fábrica era el sueño de todos, quienes lo conseguían eran unos privilegiados. El primer aviso que tuvieron de que estaban a las puertas del infierno y no del paraíso fue por el agua, que amaneció pestilente y con mal sabor un día. Varias vacas murieron después de beberla. El asunto se zanjó con una pequeña indemnización y la promesa de un ingeniero de Carbide de investigar lo sucedido y ponerle remedio.

«Los resultados de los análisis fueron tan catastróficos que la dirección de la fábrica prohibió su divulgación. Las muestras de suelo recogidas en el exterior del perímetro de la unidad de formulación del Sevin revelaron una presencia elevada de mercurio, cromo, cobre, níquel y plomo. En el agua de los pozos situados al sur y al sudeste de la fábrica se detectó la presencia de cloroformo, tetracloruro de carbono y benceno. El informe de los expertos era tajante: se trataba de una contaminación potencialmente mortal. Sin embargo, contrariamente a las promesas del representante de Carbide, no se tomó ninguna medida para erradicar la contaminación».

Ese agua sigue contaminada hoy.

Las pérdidas de este proyecto industrial se acumularon rápidamente. Mientras los responsables de Union Carbide pensaban en desmantelar la fábrica y llevarla a otro lugar donde pudiesen sacarle partido económico, dieron la orden tajante de reducir costes. Eso supuso el despido de una parte importante de la plantilla y rebajar a unos mínimos ridículos la seguridad de las instalaciones, en las que seguían almacenadas toneladas de MIC. Todo estaba servido para el desastre que se avecinaba.

Según los astrólogos locales, la noche del 2 de diciembre de 1984 estaba bendecida por los astros. La ciudad bullía con celebraciones. Era una jornada propicia para casamientos. Había un certamen de poesía también, que era la gran afición local. Bhopal, la ciudad de las begums, con sus espléndidos jardines, palacios y mezquitas, refulgía como una estrella más.

Entonces se produjo el escape del MIC almacenado en la cisterna 610. La nube tóxica que se formó, más pesada que el aire, avanzó a baja altura. El viento, que soplaba de norte a sur, la empujó hacia los bastís de la Explanada Negra y la estación de ferrocarril, y luego más allá…

Dominique Lapierre y Javier Moro siguen los pasos de una familia recién llegada a Orya bastí para acercarnos al rico mundo de quienes viven en el entorno de miseria de los bastís. Participamos de sus desvelos y alegrías mientras vamos conociendo detalles fascinantes de su cultura y hechos clave del pasado y presente de Bhopal y la India. Era medianoche en Bhopal es la durísima crónica de un desastre que jamás debió ocurrir y es también una narración fascinante sobre unas gentes que en muchas ocasiones parecen salidas directamente de las páginas de Las mil y una noches.

Dominique Lapierre y Javier Moro dedican una parte de los ingresos de Era medianoche en Bhopal para la ayuda de las víctimas de esta tragedia. Estas siguen luchando para que se las indemnice justamente.

Warren Anderson, el máximo responsable de Union Carbide en esa época, eludió la acción de la justicia pese a ser reclamado por los jueces de la India. Ocho directivos de la filial india sí fueron condenados a dos años de cárcel. Pudieron evitar su ingreso en prisión pagando una fianza.

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14 comentarios en “«Era medianoche en Bhopal» (2001), de Dominique Lapierre y Javier Moro

    • Las fotografías son desoladoras. La mayoría de las víctimas que han sobrevivido y que siguen con terribles secuelas (ellos y sus descendientes) no han recibido indemnización, o esta ha sido ridícula. Y los responsables, mientras, de rositas. Indignante.
      Gracias a ti por comentar, Úrsula. Saludos 🙂

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  1. Parece un cuento de terror, muy buena reseña Juan, como siempre 🙂 , lo que da más impotencia es que los empresarios ignoraran deliberadamente todas las señales y para colmo ni siquiera recibieron un justo castigo a menos que e cumpla esa frase «De noche el peso de sus pecados no les deja dormir» (era algo así y lo saqué de un anime) Me parece destacable que los autores decidan exponer toda la historia con los riesgos que conlleva decir la verdad.
    Saludos Juan 🙂

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  2. Hola, es una pena que estas historias se repitan una y otra vez. Lo peor de todo es que se seguirá así porque apenas hay consecuencias dos años de cárcel para algo así es un chiste de mal gusto y ni hablar del responsable de todo que pudo eludir la justicia. Por lo menos existen personas como Dominique Lapierre y Javier Moro que desde su lugar hacen algo porque estas cosas no caigan en el olvido. Interesante post aunque bastante triste ¡Saludos!

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