Tienes una buena idea para una historia y empiezas a escribir. Al principio, todo fluye maravillosamente. Te sientes eufórico mientras van cayendo las páginas. Como un surfista que se ha subido en una buena ola, cabalgas exultante hacia el horizonte de la gloria literaria, que ya sientes a tu alcance. Sin embargo, esa ola empieza a desinflarse como un suflé y cuando te quieres dar cuenta ya no hay ola ni horizonte de gloria a la vista. Te has quedado varado con el culo sobre tu asiento y la mirada perdida en un vacío inconmensurable que se ha abierto ante ti: el de la hoja en blanco por la que se niega a continuar tu historia.
Es hora de tomarse un respiro. Seguro que mañana la cosa mejora. Desconectas y te olvidas hasta la siguiente sesión. Regresas al mundo y finges que todo va estupendo. Si alguien te pregunta por tu historia, de la que has estado hablando con el entusiasmo de un arqueólogo que descubre una ciudad enterrada, pasas por el asunto de puntillas y cambias de tema rápido.
Al día siguiente, en vez de un inspirado giro de tu historia que te saque del bloqueo, son tus más profundas inseguridades y miedos los que emergen de ese blanco absoluto que está desbordando ya los límites de la página del procesador de textos, y que se extiende como una mancha paralizante desde la pantalla del ordenador hasta cubrir como una mortaja tus expectativas de encontrar una salida a la situación. Tienes un muro delante, un muro infranqueable que te impide avanzar hacia la tierra prometida que está al otro lado.
Puedes desistir ahora o puedes perseverar.
Si te empuja la necesidad de contar tu historia, seguro que insistirás en ello. De otra forma, buscarás cualquier otra ocupación para tu tiempo. El bloqueo marca la frontera entre un pasatiempo agradable y una actividad exigente que pone a prueba tanto tu conocimiento como tu capacidad de aguante.
Cuando la inspiración falla es el momento de apelar al oficio. Hay que olvidarse de la mística asociada a la inspiración, que ahora no sirve de nada, y destripar las claves de lo que estás contando para ver dónde está el problema.
Un bloqueo es siempre el síntoma de una deficiencia en la construcción de la historia.
Como una cruz en el camino, señala dónde se encuentra el problema estructural que impide que el engranaje de tu historia funcione.

Desbloqueo. Ilustración de Marta Gómez-Pintado