«Por último, el corazón» (2016), de Margaret Atwood

Por último, el corazón. Ilustración Marta Gómez-Pintado
Por último, el corazón. Ilustración Marta Gómez-Pintado

Si la prisión no es una prisión, ¡el mundo de fuera no tiene sentido!

Por último, el corazón
Margaret Atwood

Stan y Charmaine son un matrimonio joven que ha sufrido las consecuencias de la brutal crisis económica que azota Estados Unidos. Viven en un coche. Sólo se tienen el uno al otro, el resto lo han perdido. Cada día es una aventura en busca de la supervivencia. Hasta que ven un anuncio del proyecto experimental Positrón que puede ser su salvación. Les ofrecen casa y comida a cambio de perder su libertad de por vida tras los muros de la paradisiaca ciudad de Consiliencia. En esta ciudad se encuentra también la penitenciaría Positrón. Durante un mes vivirán juntos en una casa confortable como la que tenían antes de la crisis. El mes siguiente lo pasarán, separados, en la cárcel. Alternarán con otra pareja. Serán guardianes y presos. Trabajarán sin remuneración para contribuir al mantenimiento del proyecto.

«Los ciudadanos eran siempre un poco como los presos y los presos eran siempre un poco como los ciudadanos, por lo que Consiliencia y Positrón solo lo habían hecho oficial».

El arranque de Por último, el corazón nos sitúa en un futuro tan próximo que no hay manera de distinguirlo de nuestro presente. Margaret Atwood retrata con crudeza los estragos causados por la crisis económica en un mundo donde lo que cuentan son los beneficios económicos y no las personas. Atwood denuncia con afilada ironía el grave deterioro de nuestro sistema de libertades y valores morales. Ahora bien, lejos de perderse en sombrías cavilaciones de carácter general, se ciñe a la historia que está contando y esta la lleva a descubrir en el drama de sus protagonistas un fondo de comedia en la relación entre los dos. Esta relación pasará a primer plano según avance la historia.

Stan y Charmaine se aman, pero su deseo mutuo está por los suelos. En cuanto se presenta una oportunidad, Charmaine tiene una fogosa aventura con otro hombre, el marido de la otra pareja con la que alternan la estancia en la casa. Esto traerá consecuencias imprevistas para ella y Stan.

Su estancia en este mundo cerrado de guardianes y presos supone una renuncia voluntaria a su libertad a cambio de seguridad. Esta seguridad es una falacia, ya que este mundo cerrado es en realidad una trampa muy peligrosa. Stan y Charmaine se plantearán también perder la libertad en el terreno de su deseo a cambio de asegurar su amor. Esta decisión puede convertirse, igualmente, en una trampa muy peligrosa para su amor.

“Creas tu propia realidad a partir de tu actitud” piensa Charmaine.

Stan y Charmaine se encontrarán frente a frente como Pigmalion y su estatua Galatea (el libro abre con una cita al respecto), siendo difícil averiguar quién modela a quién a imagen de su deseo hasta el mismo final de la historia.

Peones en una partida que juegan el psicópata Ed que, disfrazado de benefactor, dirige el Proyecto Positrón y su ayudante Jocelyn, maquiavélica mujer que les ayudará contra su voluntad a conocerse mejor, verán su amor puesto a prueba una y otra vez. Tropezarán cómicamente y se levantarán en un delirante paisaje poblado de inyecciones letales, robots sexuales y dobles de Elvis y Marilyn. Se buscarán hasta el final, a tono su actitud con la ambientación años 50 de felicidad en tecnicolor de la pastelosa Consiliencia.

En resumen, crítica e ironía a raudales en esta divertida novela que tentará a más de uno y una para seguir los pasos de Pigmalión con Galatea 😉

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Por último el corazón. Salamandra.

7 comentarios en “«Por último, el corazón» (2016), de Margaret Atwood

  1. Conozco a Margaret Atwood por el excelente blog Ajuste de Letras y leí El asesino ciego asique sin duda voy a darle una oportunidad a esta historia, da un poco de miedo pues lo que describe se asemeja demasiado a nuestro presente, me pregunto si hay forma de escapar de las garras de esta dictadura que se escuda en la tecnología, la seguridad, el progreso y la religión de mercado. Saludos 🙂

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