«La multitud» (1947): Ray Bradbury y el Día del Juicio Final

NOTA: El análisis que sigue sobre La multitud puede arruinar la lectura de este cuento a quien no lo conozca todavía por la información que aquí se ofrece del mismo. Avisados quedáis 😉

Sobre obsesión, creatividad, método y mito

La multitud. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

La multitud. Ilustración de Marta Gómez-Pintado

La máquina de escribir debe ser como el tablero de una güija; y tus manos se mueven sobre él y revelan cosas sobre ti mismo que no conoces.

Ray Bradbury entrevistado por James Day.
Day at night (CUNY TV, 1974)

Qué rápido se reúne una multitud, como un iris que se cierra de pronto en el ojo, pensó Spallner.

La multitud (1947)
Ray Bradbury

Ray Bradbury lo pasaba mal dentro de un coche. A la pregunta de por qué no conducía, durante su entrevista con James Day para el programa Day at night, contestó así:

Soy un cobarde de cuna y también sé que sería un asesino detrás del volante de un coche, lo que es más de lo que mucha gente parece saber. […] Creo que mataría a alguien al segundo día. Los atropellaría, daría marcha atrás y volvería a pasarlos por encima. (Sonrisa irónica)

Veinticinco años antes Ray Bradbury empezó su cuento La multitud con el accidente de coche que sufre el señor Spallner, el protagonista de esta inquietante historia. El señor Spallner no atropella a nadie, pero apenas sale del hospital es testigo de dos atropellos antes de sufrir él mismo un «accidente», que le lleva al punto de partida como preparación para el escalofriante final de esta historia. Porque el señor Spallner se ha dado cuenta de algo que hubiese hecho mejor en dejar pasar de largo, algo sobre esta multitud que se reúne siempre en torno a los accidentados:

«Sé por qué están aquí —pensó Spallner—. Están aquí como están en todos los accidentes. Para asegurarse de que vivan los que tienen que vivir y de que mueran los que tienen que morir».

Antes de que el señor Spallner apareciese en escena dentro de la imaginación de Ray Bradbury, lo primero que existió de este relato fue su título, una promesa incierta trazada en un listado de palabras (El esqueleto, El enano, La feria, La multitud, etc) según el peculiar método que tenía Bradbury para atraer la inspiración. Comenta al respecto en su entrevista con James Day:

Lo que tratas de hacer como una persona creativa es sorprenderte a ti mismo, averiguar quién eres realmente y tratas de no mentir, de decir la verdad todo el tiempo. Y la única manera de hacer todo esto es ser muy activo, y muy emocional y sacarlo de dentro de ti, hacer listas con las cosas que odias y con las que amas, entonces escribes sobre ellas, intensamente.

Realmente, según cuenta el propio Bradbury en su ensayo Date prisa, no te muevas, o la cosa al final de la escalera, o nuevos fantasmas de mentes viejas (1986), publicado en Zen en el arte de escribir (2005) la elaboración de estas listas empezó de una manera totalmente intuitiva, como «provocaciones» para estimular la imaginación sobre ciertas cuestiones, pero pronto comprendió que las historias que iban surgiendo de cada una de las palabras de esas listas estaban íntimamente conectadas con sus pasiones, miedos y obsesiones. Como no podía ser de otra manera. Lo que llamamos inspiración es siempre un momento de revelación, y lo que se revela siempre es una verdad íntima que nos asalta en la contemplación del mundo que nos rodea. Y en ese mundo, las palabras son el puente que nos traslada de lo visible a lo invisible y viceversa. Bradbury, con su método de elaborar listas de palabras, propone un juego en el que la libre asociación de la imaginación sorprenda al orden lógico que, de manera subterránea, habita en ella. Y el elemento de sorpresa siempre es el más importante para él:

Cuanto más pronto se suelte uno, cuanto más deprisa escriba, más sincero será. En la vacilación hay pensamiento. Con la demora surge el esfuerzo por un estilo; y se posterga el salto sobre la verdad […].

La mayor parte de las palabras que aparecían en sus listas acabaron, como La multitud, siendo el título de narraciones que conectaban con sus más íntimas obsesiones. En este caso y según lo que cuenta el propio Bradbury en el ensayo citado arriba, lo que despertó en él La multitud fue un recuerdo terrible de cuando tenía quince años y fue testigo de un brutal accidente automovilístico. No vio el momento del golpe, pero cuando acudió al lugar tras oír el estruendo que provocó se encontró un paisaje dantesco. Un coche partido por la mitad estampado contra un poste de teléfonos y lo peor:

Había dos muertos en el asfalto y una mujer murió justo cuando yo llegaba, el rostro hecho una ruina. Un minuto después murió el otro hombre. Y uno más murió al día siguiente.
Yo nunca había visto algo así. Volví a casa aturdido, chocando con los árboles. Tardé meses en superar el horror de la escena.

Ray Bradbury tardó meses en superar el horror de la escena, si bien su posterior actitud ante los coches indica que, en cierta manera, el trauma por lo visto aquel día le acompañó siempre. Pero hubo algo más que llamó su atención aquella noche, algo que sólo años después iba a recordar:

El accidente había ocurrido en una intersección flanqueada a un lado por fábricas y un patio de escuela abandonado, y al otro por un cementerio. Yo había ido corriendo desde la casa más cercana, que estaba a unos cien metros. Sin embargo en un instante, al parecer, se había reunido una multitud. ¿De dónde había salido?

Su respuesta a esta pregunta es la que da al escribir La multitud: esa multitud es siempre la misma. Son víctimas de otros accidentes y, pronto, el protagonista de su historia será uno más de los rostros de esta multitud.

Lejos de ser fantasmas que penan sin objeto, esta multitud anónima es la que decide sobre el destino de los accidentados. Es aquí donde, una vez más, como ya hemos visto con Misery o Casa tomada, la experiencia del autor se proyecta simbólicamente sobre un mito. En su conversación con James Day, Bradbury comenta:

Si soy algo, no soy realmente un escritor de ciencia ficción, soy un escritor de cuentos de hadas y mitos modernos sobre la tecnología. Y mis historias son fáciles de recordar porque fui influenciado desde muy temprana edad por los verdaderos narradores de los cuentos (…) Cuando tú empiezas dos mil años atrás y vas aproximándote en el tiempo y aprendes todos los mitos entonces llegas a convertirte en un buen contador de historias. Lo llevas ya en la sangre para cuando empiezas a escribir. Estoy contento de este trasfondo.

En este caso de La multitud ese trasfondo se manifiesta en la forma del mito de la Psicostasis o Pesaje de las almas. Este mito, de origen egipcio (el Juicio de Osiris), presenta en la tradición cristiana a San Miguel con una balanza con dos platillos para medir las buenas y malas acciones de los hombres el día del Juicio Final, cuando se producirá su salvación o condena eterna según pesen más unas acciones u otras. En el caso de La multitud las acciones del protagonista pesan en la decisión de sus jueces, no por su bondad o maldad, sino porque amenazan el secreto de su reino invisible.

Ray Bradbury debió sentir la presencia del más profundo abismo ante él cuando, años antes de escribir este cuento, contempló aquel accidente donde varios inocentes murieron ante sus ojos sin que nadie pudiese impedirlo. La presencia desnuda de la muerte como un hecho definitivo que se abate accidentalmente sobre cualquiera pone en jaque todo intento de comprensión que queramos hacer de ella. Es en momentos así cuando las palabras pierden todo su sentido, y una vez que esta visión cruda nos penetra, se queda con nosotros obligándonos a seguir a pesar de lo que sabemos y precisamente por eso mismo. Y una de las mejores maneras que tenemos de seguir es recuperando el hilo de nuestra voz para espantar el indiferente silencio de las sombras entre las que nos movemos. Y así, al cabo de los años, como en el caso de Ray Bradbury y La multitud, lo que una vez fue un trauma que nos aturdió y nos hizo chocar con los árboles puede convertirse en una historia que, dentro del horror, nos consuela porque ciertos signos presentes en el origen anticipaban la posibilidad de un sentido trascendente que al fin hemos sabido ver.

Porque nuestro rostro, a fin de cuentas, es sólo uno más entre la multitud.

el pais de octubre

Ray Bradbury publicó La multitud originalmente en Dark Carnival (1947), y volvió a incluirla en su colección de relatos  El país de octubre (1955). Las citas son de la edición de Minotauro (2002), traducida por Francisco Abelenda

Las citas de Zen en el arte de escribir (2005) corresponden a la edición de Minotauro, traducida por Marcelo Cohen.

14 comentarios en “«La multitud» (1947): Ray Bradbury y el Día del Juicio Final

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